Citas en cuarentena // Sol Iannaci

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Que leyó mi libro, me cuenta un chico con el que tengo una cita. Y que le gustó mucho. Le digo que me alegro aunque llega un punto, un glorioso momento en la historia de quien publica un libro, en donde uno comprende que la novela ya no es suya. Que lo que uno escribió nadie lo va a leer. Van a leer otra cosa. No hay quien encuentre la historia que realmente cuenta el autor porque al abrir un libro encontramos lo que necesitamos o lo que estamos preparados para escuchar.

Que le gustó, pero que al principio, en una de las primeras páginas, digo que pasaron tres meses desde el duelo de la protagonista. Que no pasaron tres meses, me remarca con cierta timidez, pero también con algo más: una sensación de satisfacción por haber podido salir conmigo para decirme, en la cara, que me había equivocado y que él, muy inteligente, lo había descubierto. Que pasaron dos meses, me aclara, como si Jazmín no hubiera convivido conmigo y yo con ella por un año. Como si yo no supiera de mi protagonista hasta lo que el libro no dice, cada mínimo detalle.

Pronto le contesto que es simbólico. Que es una metáfora de cómo el dolor para quién lo siente, se perpetúa, y se extiende, volviéndose más lento. Le digo que, si no quiere pensar en la metáfora, piense en el personaje. Una chica que acaba de perder a un padre. Una chica herida, perdida. No es mi error, le digo. Es el de Jazmín, que narra su historia en primera persona. Los personajes son humanos, y ser humanos nos vuelve falibles, capaces de equivocarnos. Pero que no es una equivocación, le remarco. Es una mera exageración en base a sus vivencias. En base a cómo reconstruye su propio pasado. Le digo que siempre que hablamos del pasado, hacemos ficción.

—¿Jamás te referiste a algo que ocurrió el año anterior como ”el otro día”? —le pregunto. —¿Nunca dijiste ”hace un tiempo” cuando hablabas de algo que había sucedido la semana pasada?

Le explico que el duelo es atemporal. ¿Quién puede dar precisión en medio de un dolor desgarrador como la pérdida de un ser querido? ¿quién podría encontrarla? Le digo que ahí se marca la brutal diferencia entre quién lee el libro, ajeno a la tristeza, y quien lo redacta. Y que el tiempo es relativo, subjetivo. ¿Acaso el hombre que tenía enfrente jamás había experimentado lo rápido que pasa una hora cuando estamos divirtiéndonos y lo lento y desgarrador que puede llegar a ser esperar que los minutos avancen cuando estamos aguardando algo?

No. No puede verlo.

Después de tanto desvarío le admito entre risas que por supuesto solo me confundí. Fue un mero error de cuentas, una distracción. Pero que sería lindo verlo de otra manera ¿no? Sería lindo adentrarse tanto en la historia que escuchemos a Jaz contarnos algo como podría contárselo a su mejor amigo, y le perdonemos la falta de precisión, porque lo importante es que se murió su papá, y que su mundo se desmoronó en cuestión de segundos. Y sonrío. Cuando la tortura termina me vuelvo a casa. En el camino me imagino al muchacho con el que acabo de tomar un café preguntándole a su mejor amigo, que acaba de sufrir una pérdida fatal y está llorando enfrente suyo, si cuando hace mención a ‘‘la semana pasada’’ no estará intentando decir ‘‘el lunes’’, dado que es viernes. Y que el velorio a cajón abierto sucedió dentro de esa semana. Y tiemblo de frío.

No podría salir con una persona que pone el foco en un detalle tan insignificante, y lo remarca, recuerda, engrandece, y finalmente lo expresa, pero jamás lo vuelve metáfora, análisis, poesía. Jamás fija su atención en todos los otros detalles que hacen la diferencia: el diario con la mancha de café, el paquete que guarda un único cigarrillo, los anteojos salpicados de carmesí, los capítulos en cuenta regresiva, el sol que se apaga, los tulipanes.

Él no leyó mi libro. Se centró en las hojas caídas y no observó el árbol ni el bosque. Lo que vio no hace a la esencia de la historia. Es alguien que se detiene en banalidades, que se dispersa con distracciones, que no llega jamás a lo verdaderamente importante porque, pobre, no puede. Y lo importante no es grande. Lo importante es tan pequeño como lo que él vio. Todo lo que escribí está en los detalles correctos, y él los pasó de largo a todos.

Comprendo que jamás podría ser para mí, y verifico por qué razón me siento tan bien sola. No sé detenerme en banalidades ni dispersarme con distracciones.

No tengo tiempo para nadie que sepa de antemano que no va a hacerme crecer

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