Hacia 1930, Walter Benjamin denunciaba la pérdida del carácter aurático del arte, producto de su reproducción técnica. Hacia 1970, cuarenta años después de la tesis del filósofo alemán, la técnica era aceptada y saludada como una manera de crear un arte popular. Jorge Romero Brest lo justificaba con estas palabras: “Pocos son los que van a los museos y galerías, pero todos se pegan a la televisión y ven películas en el cine, todos estamos sujetos a la propaganda por medio de afiches y de los avisos de los periódicos, etcétera, formas que corresponden a la nueva cultura de la que hablo; la pintura no puede competir con esos medios, porque los cuadros ponen distancia”. Precisamente aquello que para el filósofo alemán era algo positivo de la pintura, su cualidad de exigir al espectador la reflexión, el detenimiento ante la distancia que promete la obra, Romero Brest ve en esa distancia lo negativo. Es probable que el crítico se estuviera refiriendo más a una cuestión de ámbito elitista que a la dificultad de la técnica, como así también lo pensara Benjamin, tironeado como barrilete por su amor al arte tradicional y un marxismo de corte populista.
Históricamente, se sabe que cualquier artista que se precie de tal se entrega al conocimiento y experimentación de su instrumento. Son famosas las experimentaciones de Leonardo con el material que utilizaba para sus obras, como también son famosas las incontables pérdidas. Desde las primeras vanguardias europeas la utilización de nuevos materiales era una acción obligada. El arte siempre se ha servido de nuevos materiales y ha incorporado a sus investigaciones todas las novedades de su época. Sin embargo, cuando apreciamos una obra de arte la vemos como una totalidad, sin incluir en nuestra apreciación, descontando nuestros gustos personales, mayor valor por tratarse de un pintura o escultura o video arte. No es más importante una obra porque haya incorporado los últimos avances tecnológicos que otra que usó para su confección sólo dos maderas cruzadas. Por ese motivo en los años ’70 pudieron convivir la figuración y el arte conceptual. Las dos manifestaciones son un buen reflejo de la búsqueda de aquellos años, algunos fascinados por la tecnología y los medios e incorporando esos avances a su arte, y otros, más nostálgicos de su instrumento recurriendo a los materiales tradicionales. También se trataba de desbaratar los extremismos que siempre son propuestos por los críticos, aquel que decía, en este caso, que la pintura había muerto.
Argentina contaba con una larga tradición figurativa, no es raro ver, entonces, que esta tendencia continué en los ’70. Paralelamente, desde los años ’20 hasta hoy día, la figuración ha convivido con tendencias más radicales y nuevas. En los años ’70 el arte “nuevo” era el arte conceptual. Como todo arte no surge de la nada, sino que es el producto de algo que se palpa en la atmósfera. Es famoso el encuentro de Picasso y Brake y es famosa la coincidencia de búsqueda. De esa búsqueda nacería lo que se llamó cubismo. En los años ’70 se propendía a un sistema de ideas. Son los años del estructuralismo en Francia y la sociología. El arte conceptual abogó por un sistema de ideas. Jorge Glusberg, importante figura de aquellos años, definió a esta tendencia como arte de sistemas. Lo que se buscaba era la reflexión, apuntaban a despertar en el espectador la conciencia activa. Los medios con lo que se valían eran variables: fotografías, documentos, películas. La herramienta fundamental era la metáfora. Muchas de las obras de Victor Grippo de aquellos años, invitan a la reflexión a través de la utilización de la analogía. Analogía I, que se puede hoy apreciar en el Museo de Bellas Artes, propone, metafóricamente, a través de la utilización de papas, una reflexión interna sobre nuestra cultura. Otro artista interesante de aquellos años era Luis Fernando Benedit, que en la III Bienal Coltejer de Medellín de 1972, presentó la obra Laberinto para hormigas, en el que estudia las conductas de estos insectos. Lo mismo hará con caracoles y ratones, contraponiendo el mundo natural con el artificial, la racionalidad y el instinto.
Hasta acá la versión oficial de lo que significó este movimiento en los años ’70. Ahora expondremos una manera de ver este arte hoy, teniendo en nuestras espaldas más de seis años negros de Dictadura Militar. Los Laberintos de Benedit despiertan hoy, cuando leemos sobre ellos, una metáfora profética sobre la situación durante esos años, como las obras de Munch son expresión directa del horror del Holocausto.
Lo malo del arte de ideas es que esas ideas pueden ser interpretadas; lo bueno, es que esas interpretaciones casi siempre resultan equivocadas. El arte está sujeto a los vaivenes del tiempo. Hoy vemos el arte conceptual utilizando otros conceptos. Conceptos que no agotan el contenido de la obra. Conceptos que se resignifican al paso del tiempo.
Carlos Rey (1977, CABA), escritor, experto en globoflexia y poeta. Publicó Cavidades (2008) y El poeta y yo y otros poemas (2018). Dirige la revista de poesía Katana.