Kafka y la sinceridad // por Carlos Rey

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una divagación

 

El 27 de diciembre de 1910, Kafka anota en su Diario:

“Si sólo se tratara de palabras, si bastara enunciar una palabra para que uno pudiera alejarse con la tranquila convicción de haberla llenado enteramente de sí mismo”.

He aquí un problema, un problema que compete a la creación y a la cosa creada y también al artista, al artista en cuanto sujeto, en cuanto un sujeto que intenta hablar, y también decir, y siempre que se diga, lo sabemos, desde, cuándo y por dónde se diga, siempre se lo hace desde sí mismo.

¿Se lo hace siempre desde “sí mismo”? ¿Y si no fuera así desde dónde más podría hablar? ¿Desde dónde y hacia dónde más podría levantar su voz el artista, su voz y su instrumento, –y también, porque no, su mano, con todo lo que sabemos sobre su importancia en la obra–, si no lo hace desde “sí mismo”? ¿Y, cómo (he aquí el problema en toda su complejidad) se manifiesta en la obra este “sí mismo”, el “sí mismo” del artista?

Primero –a modo de acercamiento. El sí mismo: podríamos decir que es la afirmación de una pérdida, afirmación de un “yo” que ya está perdido en la voluntad de la entrega. El “sí mismo” –estamos ahora dentro de un ámbito particular, un ámbito que lo tiene al artista en su tiempo– es lo que se entrega, su preocupación (“si sólo se tratara de palabras”) viene a indicarnos la necesidad de hablar de la sinceridad del artista. Porque el “sí mismo” como lo propio que se entrega tuvo antes que ser afirmado para valerse en su entrega. Y tal afirmación viene a mostrarse en su entrega como afirmación de lo otro que se muestra, por dentro, como lo ajeno no distinto a uno mismo. El “sí mismo” como lo otro en la obra cobra verdadera identidad al momento de afirmar la otredad de la obra, hablando en su propio nombre, anunciándose en un hablar que siempre es un hablar acallado y silencioso. Entonces, por lo tanto, el “sí mismo” no se anunciaría en la palabra, en aquella palabra escrita violentada por la voluntad de la pronunciación de la palabra, la palabra que habla de la palabra, es decir, la palabra redundante.

Segundo –ya estamos en tema: el alejamiento. ¿Quién se aleja, se aparta, se despide? ¿Quién se aleja y vuelve otra vez, en su alejamiento, y con la preocupación a cuestas, (“si sólo se tratara de palabras”), a acercarse nuevamente a la obra, a la obra desde la enunciación de la obra? El “sí mismo”, pero el “sí mismo” como un “yo”, como el “yo” del sujeto y no tanto el artista, el artista que sabe de palabras, que maneja las palabras, que sabe de formas y estilos y conoce su útil.

Volvamos a lo primero –al acercamiento. El “sí mismo” como sinceridad que se muestra al proyectar el tiempo de la obra hasta sus últimas consecuencias. Ya no se trata de los logros particulares o el talento o el trabajo dedicado, todo lo cual queda en segundo plano cuando nos detenemos a considerar el tiempo de la obra. Tampoco hablamos en sentido moral. Las buenas intenciones han asesinado más de una prometedora obra de arte. Incluso el arte quedaría en segundo plano cuando consideramos el tiempo de la obra, lo que en términos de Adorno se explicaría al decir que “el arte tiene que salir de su propio concepto para poder serle fiel”. En definitiva, a la hora de enfrentarse con el tiempo de la obra de lo que se trata, esencialmente, ya no es de arte, al menos del arte que conocemos, sino de lo que podríamos llamar su tejido: la creación en sí.

El sí mismo es la afirmación del “yo”, ante todo el “yo” del sujeto, el sujeto que se afirma en su “yo” para la entrega en la palabra que adquiere así el valor de la singularidad del decir del artista. Singularidad, sin embargo, perdida al momento de la entrega en lo otro que, en cuanto otro, deja de ser lo propio en sentido de propiedad. Lo único que pertenece al artista es el acto mismo de la entrega, su individualidad manifestada en un aquí y ahora.

Ahora bien, el “sí mismo” también como un olvidarse de sí en la entrega absoluta, un olvidarse del carácter rector del sí del “sí mismo”, para encontrar la voz del artista, su propia voz en la voz de la obra. Y lo propio de la voz es el reconocerse en el habla de la obra en cuanto un “yo” que se expresa atendiendo a la palabra no escrita, la palabra susurrada, cercana al silencio, la palabra que habla a través de la obra, una palabra que sólo es posible pronunciar cuando el “sí mismo” se lo re-conoce como lo Otro no distinto a Uno mismo.

De nuevo lo segundo: la preocupación: “si solo se tratara de palabras”. ¿Por qué se vuelve? ¿Ante qué y en calidad de qué se vuelve? La obra –prueba la vuelta, el volverse- nunca podrá ser reducida a una mera combinación de elementos. Malentendido de la expresión. El artista quiere decir sus cosas. ¿Tiene esto algo que ver con la sinceridad? Para nada. Al menos, lo que el artista quiera decir nunca lo dirá con su propia lengua.

Carlos Rey (1977, CABA), escritor, padre, skater de barandas y poeta. Publicó Cavidades (2008) y El poeta y yo y otros poemas (2018). Dirige la revista de poesía Katana.

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