La libertad del arte contemporáneo / por Carlos Rey

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Un bendito día Joseph K. despierta en su cama con la noticia de que ha sido condenado. Sin embargo, a nadie parece importarle demasiado, no se le impide el paso, puede ir a donde quiera, incluso allí donde cree que encontrará la respuesta. Una imagen del personaje de Kafka es el arte contemporáneo. También él ha despertado de un sueño –en este caso podríamos reconstruirlo si seguimos la línea trazada por el demiurgo platónico–, y también ha sido condenado. En este caso, la libertad es su condena. Al igual que K. puede moverse a su antojo, ir hacia el lugar que se le ocurra, desplazarse aquí y allá, pero eso no lo libra del gesto desesperado de hallar una salida.

Se sabe que el continuo deambular (K. deambula de ministerio en ministerio, de oficina en oficina, de laberinto en laberinto; el arte contemporáneo, a su vez, lo hace de época en época, de estilo en estilo, de idea en idea) no deja de ser, la mayoría de las veces, un mantenerse siempre en el mismo sitio. Y no es que hubiera que ir a algún otro lugar, como si se tratara del lugar propicio, ideal, en definitiva, un reposo, que por otra parte significaría la muerte. Por el contrario, la libertad exige de nosotros el movimiento, la agitación, el paso alerta y constante. Sospecharíamos si no fuera de esta manera. Sospecharíamos de todo aquello que se impone como medida, y la libertad eso también lo sabemos está llena de medidas. En el caso del arte contemporáneo su libertad no es gratuita, debe ganarse en cada momento, no ya en contra de su propia historia muerta, sino contra el Mercado, en el que el arte muchas veces queda sujetado, convertido en mera mercancía de cambio. Que el arte se convierta en mercancía no es lo importante, lo que sí es importante es que sólo se reduzca a eso, su libertad queda así, al momento, decidida.

El Mercado por lo demás marca tendencia y los artistas, en muchos casos, no dudan en sacrificar la libertad por seguir los principios que se les exigen. Bajo este punto de vista el arte puede ser cualquier cosa, pero siempre que esa cosa sea interesante para el Mercado. Se establece así un nuevo desafío para el arte contemporáneo, que puede ser sugerido, aunque resulte paradójico, en la idea de que el arte hoy, libre de imposiciones, se encuentra en condición de sospechar de su propia libertad, ponerla en entredicho, actuando siempre en contra de ella, transgredirla negligentemente, y en este gesto fundamental, absolutamente desconcertante, afirmarla en su más pura esencia.

Entendamos que sospechar de la libertad significa no dejar que la libertad se convierta en ley e imponga sus reglas. Si algo no hay que conocer de la libertad es precisamente sus medidas, o si se prefiere, su medida es no tener medida, como el estilo del arte contemporáneo es no tener estilo.

En uno de sus escritos Giorgio Agamben nos recuerda una máxima antigua, aquella que dice que al momento en que uno se da cuenta de que está siendo feliz deja instantáneamente de serlo. Especie de juego fatal que exige del hombre cierta inconciencia de aquello que tanto busca y anhela. Con la libertad ocurriría algo parecido. En el momento en que somos concientes de que somos libres dejamos al punto de serlo. Entramos en la sospecha. El arte contemporáneo desde el momento que fue conciente de su libertad de inmediato quedó atado a ella. A la libertad y a la sospecha.

 

En un arranque de debilidad Kafka escribe un final para su novela; finalmente Joseph K. después de tanto deambular muere “como un perro”. Su amigo y albacea, Max Brod, más débil aún, pero de una debilidad totalmente diferente de la del primero, la publica como uno de los tantos apéndices que acompañan la obra del maestro. Sin embargo, en el fondo, Kafka sabía que ese final no podía ser escrito, que su escritura era imposible, y que, por lo tanto, no formaba parte de la novela. La vida de Joseph K. no podía estar marcada por ese destino, desde el momento en que había despertado y había sido condenado. Por el contrario, su deambular se le impone como único destino, aunque de las incontables puertas abiertas, una, un día, amenace con tragarlo.

 

Carlos Rey (1977, CABA), Licenciado en Bellas Artes, escritor, padre, enpepinador de gambertunis y poeta. Publicó Cavidades (2008) y El poeta y yo y otros poemas (2018). Dirige la revista de poesía Katana.

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