La tristeza de los ángeles / por Carlos Rey

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Existe un film de Wenders en donde los ángeles conviven con nosotros, y sufren –si es posible llamar sufrimiento a lo que ellos sienten– por nosotros, pero no lo hacen por nuestras desdichas, como podríamos creer, sino por no tener nuestras desdichas. Es así que se pasean, en la tierra, como espectros, añorando algo que se les ha negado. A pesar de su porte esbelto, su hidalguía, su aparente tranquilidad, sin embargo, no logran ocultar su tristeza.
Si reflexionamos en su situación claramente podemos intuir que nosotros corremos con cierta ventaja si nos comparamos con ellos, una ventaja, aunque resulte paradójico decirlo, que nos viene dada por nuestro sufrimiento. Es así que, entonces, nuestras preocupaciones diarias, nuestras pesadas obligaciones y deberes, nuestra carga de estrés cotidiano, nuestro deambular opaco y anónimo por las grandes urbes sin memoria, que amenazan a cada segundo con sepultarnos, resultan –es inútil negarlo– la envidia de los ángeles, que evidentemente no tienen otro pasatiempo que añorar una vida que no les pertenece, pues ellos no viven otra vida que la nuestra, siendo nosotros algo así como su programa de TV diario.
Ahora bien, todos sabemos que la TV puede ser un lindo pasatiempo cuando estamos aburridos, nos preparamos algo rico que comer y beber y nos zambullimos en el sillón rojo de dos cuerpos, quien nos abraza como un fiel amigo, pero pasado un tiempo la comida y la bebida se han terminado, el sillón ha dejado de ser un fiel amigo, y la película no resulta tan interesante como al principio, y volvemos, cansados, otra vez a la vida, salimos de casa y es el mundo circundante de nuevo.
Los ángeles, en cambio, no pueden hacer esto. De alguna manera ellos están condenados a ver el mismo programa de TV, sin comida que comer, ni bebida que beber, y sin un sillón rojo de dos cuerpos que los descanse, porque no comen ni beben ni descansan y sólo pueden ver el mismo programa de TV, diariamente, con los mismos ojos taciturnos y fríos, y sin poder volver a casa, porque en su caso volver a casa implica no poder ver TV, y por lo tanto, no poder ver TV es no poder ver nada. Y es así que todos prefieren hartarse mirando un programa que siempre los tendrá como espectadores.
Si lo pensamos detenidamente es muy difícil no sentir tristeza por ellos; humanizarnos, desde lo más sincero del alma –¡simbólico abrazo a sus cuerpos etéreos!–, con la tristeza que arrastran estos pobres seres.

 

Carlos Rey (1977, CABA), Licenciado en Bellas Artes, escritor, padre, envaselinador de berenjeas y poeta. Publicó Cavidades (2008) y El poeta y yo y otros poemas (2018). Dirige la revista de poesía Katana.

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