El liberalismo -sostiene el autor- no es ni una religión ni tampoco una filosofía universalista ni, menos aún, un partido político defensor de intereses particulares. Desde un punto de vista histórico, el liberalismo fue el primer movimiento político que quiso promover, no el bienestar de grupos específicos sino el bienestar general. Sus principios sobre el valor absoluto y primario de la libertad, la propiedad privada, el Estado de Derecho, la tolerancia y la cooperación entre los individuos y los pueblos, el protagonismo de la iniciativa individual y la sociedad civil frente al Gobierno omnipotente», entrometido y dispensador interesado de favores, subvenciones y privilegios…, define todo un modelo de civilización, el único que, además, ha demostrado ser capaz de crear riqueza y bienestar para todos y de elevar el nivel de vida de una población en constante aumento, posibilitando así también el florecimiento de los valores del espíritu.
«El Liberalismo de Mises -escribe Hayek- le hizo entrar en una polémica ininterrumpida con el poderoso grupo de intelectuales marxistas de Viena, algunas de cuyas principales figuras habían sido compañeros suyos de clase… Además, las ideas de Mises eran inaceptables para el amplio grupo de liberales más tibios, en el que probablemente se encuadraba la mayor parte de los jóvenes intelectuales… Todos los que no éramos marxistas pertenecimos al principio a este grupo, y sólo algunos de nosotros nos fuimos convirtiendo lenta y gradualmente a las ideas de Mises.»