Lili forma parte de lo sagrado.
Los golpes le dan las piedras del Himalaya, los gritos suenan como chirridos masticados y las uñas sobre las paredes se vuelven charco. Un olor a orina no deja dudas. El borde entre placer y dolor es íntimo. El silencio, en cambio, siempre es brutal. Un globo fláccido flota, debe ser de un cumpleaños viejo, todos lo son. Nadie los ve. Nadie soy yo, apoyada sobre el banco del pasillo.
Tengo esta cosa adentro.
Como si la solución para tanto fuera estar cerca. Elásticos y rondas en mi cabeza, un diente de leche tragado por Lili. Tres tornillos clavados en la cruz de madera en la que estaqueamos al grillo. Todo, de algún modo, encaja. Las veces que la vi gozar con hombres desconocidos en la ruta y las veces que lo hice yo. El sexo como magia. Necesitaba desgarrarme para ser virgen y restaurar mi cristal. Por eso estoy con Lili. Ella sabe.