Una de las creencias más arraigadas en nuestra sociedad es considerar a los jóvenes como los portadores legítimos de sueños. Al menos a estos se los tolera pacientemente –porque se piensa que sólo se trata de una enfermedad pasajera que con el tiempo se cura–, y por ende, se les permite vivir todo el día en babia, con la boca abierta, como sibilas modernas que no predicen nada.
Los niños y los viejos no cuentan con este privilegio, ya sea porque son demasiados prematuros para soñar, ya sea porque si sueñan son locos y se les reserva un lugar en el loquero más cercano. Y aunque algunos pataleen y se enojen, y griten y rebuznen, y se manifiesten por su derecho a una porción de sueño, nadie los toma en serio. Evidentemente, a diferencia de los niños, a los que más o menos pronto les llegará su turno para soñar, los que llevan la peor parte son los viejos, no sólo porque saben que a ellos se les pasó el cuarto de hora, sino que por saberlo tienen que apelar a diferentes artimañas para burlar a los Vigiladores y Regidores de Sueños, y poder así, al menos, gozar de un momento más de gloria, antes de que la muerte los envuelva en su fatal Ley.
Quizá el más famoso de estos viejos embusteros haya sido Alonso Quijano, quien se armó de una armadura y una lanza, y se lanzó a recorrer las calles de Castilla, y a fuerza de pasar por loco, llegó incluso a ser protagonista de dos novelas, una falsa y una verdadera, según dicen.
Carlos Rey (1977, CABA), Licenciado en Bellas Artes, escritor, padre, afinador de jopos y poeta. Publicó Cavidades (2008) y El poeta y yo y otros poemas (2018). Dirige la revista de poesía Katana.