Gritaría que me alcance un rollo, pero no serviría de nada: yo es otro – Rimbaud, niño carita de ángel maldito, qué verdad (¡yo es otro, yo es otro!). Me miro en el espejo y tengo la cara de John Malkovich, es decir que estoy adentro de mi propio baño (¿el mío?), en el inodoro, sin papel.
Ahora que estoy en un lugar en el que podría equivocarme sin ser yo la que se equivoque, no sé qué hacer. Soy una mujer confundida, aunque preferiría ser un monstruo, una cabra con ojos saltones en la nuca pero que solo sepa caminar hacia adelante. Chocarme todo, que ver solo sirva para entender lo que no puedo alcanzar.
Ser John, luego existir. Desaparezco en un pueblo en el que el único lenguaje posible es mi propio nombre (¿el mío?). Todos tienen mi cara o yo tengo la cara de todos. Somos un meme que de tan viral se hizo predecible. Pero no hay que preocuparse, voy a quemar la cruceta de donde cuelgan los hilos y después voy a engullir uno a uno los muñecos de madera hasta hacer un puré con mis dientes con el que se puedan alimentar los chicos. O una sopa, o la compota de todo el deseo mal puesto. Deseo desubicado. Uno de los problemas de no ser un mono es tener consciencia. También inconsciente. También desear. A veces la vida por ser un mono. Casi siempre la vida por ser un mono.
En el séptimo piso y medio estamos todos agachados mirando el barro la mayor parte del tiempo. Los pies enterrados se arrastran por el fango. Cuesta. Vamos, venimos, vamos. Cuesta. Me deseo no querer ser alguien más. Pero en el séptimo piso y medio estamos todos agachados, mirando el barro la mayor parte del tiempo y yo soy John Malkovich. Hace siglos no recuerdo mi cara.