El segundo poemario de Debret Viana está plagado de espectralidades, de casas interiores embrujadas, de cabañas abandonadas en medio de bosques oníricos y, sobre todo, de la respiración de una voz que halla en el lenguaje un lugar propio.
A lo largo de estos poemas casi podemos ver al poeta deambular, como un fantasma en busca de su tumba, por paisajes de una nocturnidad alucinada, a veces con versos oscuros y tatuables, y otras con un sentido del humor estridente.
Escribir es mi manera de estar solo, dijo Fernando Pessoa; estos poemas son los ladrillos de una soledad imperial de alguien que pareciera a la vez huir hacia adentro y asfixiarse en el pantano de su propio abismo.
Hay dos tipos de fantasmas: los de los muertos, y los nuestros.
Este poemario es la primera parte de la trilogía Mi corazón muerto es el fantasma que rasguña la ventana nocturna.