«Últimas pasiones preapocalípticas» es el primer libro de poemas de Debret Viana, y es un libro feroz y bellísimo sobre la luz que da a nuestros actos la proximidad del fin, aunque ese fin no ocurra nunca y sea algo imaginario. Poemas sobre catástrofes, que igualan el apocalipsis con la ruptura amorosa, y la aniquilación por peste o asteroides con la espectacular soledad hiperconectada de la época. Ocurra o no, dice el prólogo, el fin del mundo, en nuestro futuro, ya pasó. Es desde ese lugar que el poeta canta a las pequeñas pavadas que hoy no supimos que eran nuestra felicidad y que de a poco vamos perdiendo. Por alguna razón hay una clase de escritor en estado puro o “casi inocente: tiene la pureza de una tempestad. Carece de perversión, como un cataclismo” al que es necesario ir a buscar en la poesía, no importa que también escriba en prosa; cierta clase de sensibilidad sólo admite expresarse mediante la metáfora o el silencio; esa clase de escritor que “se conforma sólo con predicar, con arrastrarse tras el desastre y las catástrofes: un profeta agorero de la muerte, siempre sin honor, siempre lapidado, siempre esquivados por quienes, por ineptos que sean para sus tareas, están dispuestos a asumir la responsabilidad por los asuntos del mundo”, escribió Henry Miller. Y tal vez en esto radique la fuerza que tiene «Últimas pasiones preapocalípticas» de Debret Viana.” escribe Sebastián Basualdo en su reseña.
(…) los pocos placeres que hay son los últimos paraísos que nos quedan, frágiles, espectrales, presos de una evanescencia velocísima: son las flores delicadas del jardín de nuestra devastación: cantan, aun secas, una eternidad sangrienta; no somos, al igual que ellas, más que un breve accidente en el vasto silencio del universo; nada encastra en ninguna parte, nada trasciende mucho más lejos que la sombra del árbol del que brotó, nada queda de nada, la dicha que nos ocurrió no era para nosotros: la robamos, y si mientras caemos (porque todo cae) caemos con gracia y logramos, con los ruidos que vamos encontrando, alguna música, entonces está todo bien, entonces valió la pena tardar. Estos versos ansían el privilegio patético de cantar el encanto de nuestra hermosa y rarísima decadencia.
-Fragmento del prólogo