Ayer soñé con vos. Tenías el peor disfraz de Halloween de la historia / por Alejandra Santoro

Una sábana mugrienta y unos ojitos tristes que en realidad eran dos agujeros negros. Dos aberturas melancólicas.

Cosita desgraciada,

¡qué dolor!

Verte y no saber cómo tocarte. Que me toques ahora y sentir tu tacto después de un siglo, cuando otra vez no tenga dientes, cuando mis nietos hayan parido a bebés con mi cara. No sé cuál de los dos es el fantasma. No te voy a engañar: hay memoria que no quiero. El tiempo, que es una máquina fácildifícil –

nunca

me

decido –

me trituró el recuerdo y tu olor a gallito suave y tu miedo que siempre se cagó de miedo del mío y tu silencio que yo escuchaba todos los días con los auriculares puestos a volumen escándalo – la música más linda, tu silencio – todo se borró.

Pero anoche soñé con vos. Estabas corriendo una carrera de autos al revés y yo estaba adentro de una heladera, hecha un bloque de carne frío, una mujer estalactita. No quiero derretirte, ¿no ves, mi amor? Quiero decirte que en algún momento que duró un segundo supe que todo está bien y lo dejé escrito en un papel que doblé y metí adentro de alguna pared para no olvidarme. Todo está bien, imbécil. Yo pierdo la memoria pero sé que cuando mi cerebro sea solo un globo de aire comprimido voy a repetir tu nombre sin parar, como si solo con tu nombre pudiese armar oraciones que tengan sentido.

Todo lo que no puede ser recordado se repite en acto. Me dejo crecer la barba, me vuelvo tanática mientras vos me hablás de las playas. Todos los viajes en tren metamorfosean. Somos Gregor Samsa tratando de entender algo. Tengo crisis en la parte de las manos en las que debería tener la línea de vida. Busco en el mapa: Montauk está a la vuelta de tu columna vertebral. Tengo miedo de que ya me quedes lejos.

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